El último relevamiento del Ag Barometer Austral volvió a confirmar que el ánimo de los productores agropecuarios en Argentina atraviesa un momento de cautela. Entre julio y agosto, el índice que mide la confianza del sector cayó un 1,5%, bajando a 127 puntos respecto a los 130 registrados en mayo. Pero el dato más relevante no es la caída puntual, sino el retroceso acumulado del 15% en lo que va del año, tras haber alcanzado un máximo de 149 puntos en noviembre de 2024.
El informe, dirigido por Carlos Steiger, detalla que el deterioro se siente especialmente en las condiciones actuales para el negocio agrícola-ganadero, que descendieron de 94 a 89 puntos, mientras que las expectativas a futuro permanecieron firmes en 153 puntos. Este contraste revela que, si bien los productores mantienen el optimismo sobre el mediano plazo, la prudencia guía sus decisiones presentes.
Lo más preocupante surge al analizar la disposición a invertir en activos fijos. El sondeo revela que las expectativas sobre este rubro sufrieron un desplome alarmante: de 112 puntos en noviembre, la medición cayó a 66 en julio, un descenso del 59% en solo ocho meses. Steiger subraya que dos de cada tres productores consideran que no es momento para apostar a maquinaria, infraestructura o genética animal. «La caída acumulada desde noviembre marca un freno evidente en las decisiones de largo plazo», advierte.
El Gobierno nacional intentó revertir esta tendencia con un gesto clave: el presidente Javier Milei anunció en la Exposición Rural de Palermo la baja permanente de retenciones a la soja, el trigo, el maíz y la carne vacuna. La medida fue bien recibida como señal política y reforzó el acercamiento con el sector, pero, según el relevamiento, no alcanzó para modificar el clima de cautela. Los productores priorizan el manejo de sus granos antes que las disposiciones oficiales para ordenar sus finanzas.
En ese sentido, el 76% de los consultados aún conserva stocks de soja y maíz sin vender, y dentro de ese grupo, un 30% mantiene sin precio más de la mitad de su producción. La mayoría (84%) destinará esa mercadería al pago de alquileres y a financiar la próxima campaña, mientras que un 29% prefiere esperar un repunte de los precios internacionales. Steiger explica: «Con tasas de interés reales muy altas y crédito prácticamente inaccesible, el productor se financia con su propia mercadería. Los granos se convirtieron en la principal herramienta para cubrir costos de la campaña 2025/26».
El escenario político también pesa en las decisiones. Las elecciones legislativas de octubre aparecen como un punto de inflexión: muchos productores postergan inversiones hasta conocer el resultado electoral y el rumbo futuro de la economía. «El productor entiende que este año no solo se juega la rentabilidad de la próxima campaña, sino también la dirección de la política económica de los próximos años», señala Steiger.
En cuanto a la estrategia productiva, el informe muestra que un 44% de los productores planea modificar su esquema de siembra para la campaña 2025/26. La tendencia es clara: se incrementará la superficie de maíz temprano (28,4%) en detrimento de la soja de primera (28,1%). Completan la proyección trigo/soja de segunda (14,7%), trigo (10%), maíz tardío (7,9%), girasol (6,4%) y otros cultivos (2,9%). La apuesta al maíz temprano responde a la búsqueda de mayor rentabilidad y al aprovechamiento de los buenos perfiles de humedad tras un invierno lluvioso.
Por otra parte, la adopción de tecnología digital en el agro sigue siendo baja, con solo un 25% de los productores incorporando herramientas digitales. Entre quienes no lo hacen, el 75% identifica la falta de conocimiento sobre el valor agregado como principal barrera, más que el costo. Esto revela un desafío de capacitación para aumentar la productividad y la competitividad del sector.
Pese a las dificultades actuales, la visión de largo plazo conserva cierto optimismo: el 66% de los productores espera mejorar su situación financiera en los próximos 12 meses, y el 57% prevé que el sector mostrará avances hacia 2026. Factores como la baja de retenciones, el buen clima para la siembra y la expectativa de mejoras macroeconómicas sostienen la esperanza. Sin embargo, la falta de inversión en activos fijos plantea un riesgo para la renovación tecnológica y la infraestructura, elementos clave para la competitividad a futuro.
La combinación de incertidumbre política, dificultades de acceso al crédito y volatilidad económica mantiene al campo en un estado de alerta: se privilegia la prudencia, a la espera de mayor previsibilidad y señales claras desde el gobierno.