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    Mauro Amato: Del Gol Inmortal a la Transformación Social a Través del Fútbol

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    Mauro Amato, aquel delantero recordado por su paso por clubes como Atlético Tucumán y Estudiantes de La Plata, ha encontrado una nueva pasión fuera de las canchas profesionales: utilizar el fútbol como herramienta de inclusión y formación personal para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Su historia, marcada por la superación personal y el compromiso social, es hoy un ejemplo de cómo los valores del deporte pueden trascender la competencia y convertirse en motor de cambio.

    Originario de Ringuelet, una barriada al norte de La Plata, Amato creció jugando en potreros y alimentando el sueño de una vida mejor a través del fútbol, como tantos chicos de su generación. Su carrera profesional, que se extendió durante 17 años en la elite del fútbol argentino desde 1992 hasta 2009, le permitió recorrer el país y dejar huella en clubes como Huracán Corrientes, Sarmiento y Atlético Tucumán, donde el apodo de “El Inmortal” se consolidó tras su actuación memorable en el clásico tucumano de 1999.

    Sin embargo, Amato reconoce que el fútbol profesional, con su lógica de fábrica de jugadores y su ambiente muchas veces insensible, terminó por saturarlo. “La pureza no está ahí”, reflexiona hoy, alejado de la vorágine de la alta competencia. Fue después del retiro que encontró su verdadera vocación: devolver al fútbol su rol de formador de personas antes que de atletas de élite.

    El punto de inflexión llegó hace dos años, cuando un grupo de jóvenes visitó el predio de Estudiantes de La Plata en City Bell, donde Amato se desempeñaba como técnico en divisiones inferiores. Intrigado por sus historias, descubrió que provenían del Instituto de Menores Francisco Legarra, en Abasto, una institución que aloja a chicos con profundas carencias afectivas y sociales. Lejos de limitarse a una anécdota, Amato propuso a las autoridades un taller de “Fútbol y Valores”, que rápidamente fue aprobado.

    Desde entonces, cada martes y jueves, Amato lidera a un grupo de 30 internos de entre 15 y 20 años, usando el fútbol como excusa para trabajar la solidaridad, el respeto y la convivencia. “Al principio, los partidos eran caóticos, sin reglas y con violencia”, recuerda. Pero, con paciencia, comenzó a inculcar conceptos básicos del juego limpio, la importancia del trabajo en equipo y, sobre todo, la necesidad de afecto y aceptación social. Su premisa es clara: premiar el mejor gol en equipo, no simplemente la victoria individual.

    La iniciativa de Amato no se limitó al campo de juego. Al notar que muchos chicos jugaban descalzos o con zapatillas en mal estado, organizó colectas de botines y ropa deportiva, logrando respuestas solidarias desde ciudades en las que dejó huella como jugador: La Plata, Córdoba, Tucumán y Junín. El lazo con sus ex hinchadas se transformó así en una red de apoyo para los jóvenes más necesitados.

    El compromiso social del ex delantero viene de lejos. En Huracán Corrientes, compartió equipo con Kurt Lutman, quien le despertó el interés por la lectura y los problemas sociales. En Tucumán, en plena gobernación de Antonio Bussi, Amato no dudó en dedicar goles a las Madres de Plaza de Mayo o reclamar justicia por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, a quien también homenajeó públicamente.

    Otra experiencia significativa ocurrió en Córdoba, cuando visitó la cárcel de San Martín llevado por la familia de un hincha de Instituto. Gracias a su gestión, el fanático preso pudo terminar sus estudios, reforzando el vínculo entre fútbol y superación personal. Amato sostiene ese lazo hasta hoy, sin dejarse influenciar por prejuicios o miradas ajenas.

    Para Amato, el fútbol es solo un pretexto: “Busco la formación integral de la persona”, afirma. Su labor actual, marcada por el abrazo sincero y el diálogo de igual a igual, es la manifestación más genuina de los valores que aprendió en los potreros de Ringuelet. “Les entrego el corazón a los pibes, para que sientan el amor a la camiseta y a la canchita del barrio”, resume. En tiempos donde el deporte suele ser asociado a negocios y celebridades, Mauro Amato demuestra que el fútbol aún puede ser una poderosa herramienta de transformación social.

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