La escena musical de Buenos Aires fue testigo de un acontecimiento inusual: la destacada pianista rusa Ekaterina Derzhavina, reconocida por su extraordinaria profundidad interpretativa, llevó las emblemáticas Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach al escenario del club de jazz Prez. La propuesta, parte del ciclo curado por Justo Loprete, apostó a desplazar la música clásica de su tradicional solemnidad y acercarla a un público más diverso y a un espacio menos convencional.
El resultado fue una experiencia que desdibujó las fronteras entre el rito y el acontecimiento musical, propiciando una escucha distinta y renovada de la obra de Bach. En vez del distanciamiento reverente que suele dominar las grandes salas, el ambiente íntimo del club—con sus luces bajas y la proximidad entre intérprete y público—invocó una atmósfera de complicidad y apertura. Allí, la interpretación de Derzhavina ganó una dimensión especial: la música parecía respirar junto a la audiencia, adquiriendo una vitalidad y vulnerabilidad inusitadas.
Formada en el Conservatorio de Moscú, Derzhavina ha construido una sólida carrera internacional, marcada por una síntesis entre la rigurosa tradición pianística rusa y su inclinación a explorar repertorios poco transitados. Además de Bach, Haydn y Mozart, la artista es reconocida por su afinidad con compositores del siglo XX, en particular Galina Ustvolskaya, de quien es considerada una referencia insoslayable.
En su presentación en Buenos Aires, Derzhavina ofreció un recorrido musical que abarcó desde el clasicismo vienés hasta el romanticismo temprano y el barroco alemán. La velada se abrió con la Sonata Hob. XVI:32 de Haydn, en la que la pianista desplegó una interpretación de notable precisión arquitectónica: cada frase estuvo modelada con una ligereza y transparencia que evocaron la elegancia del siglo XVIII. El primer movimiento se benefició de una articulación pulida y de un sutil sentido del humor, mientras que el segundo, de tempo lento, permitió a Derzhavina exhibir su capacidad para sostener líneas melódicas delicadas. El cierre, vivaz y enérgico, dejó claro su dominio del estilo clásico.
Luego siguieron los Stimmungsbilder Op. 1 de Nikolai Medtner, piezas breves que ya anticipan la densidad y sensibilidad de su producción madura. Aquí, Derzhavina equilibró la nostalgia romántica y la estructura, convirtiendo cada miniatura en un pequeño universo sonoro, desde la contención elegíaca del Andante hasta la energía rítmica del Allegro final.
El punto culminante de la noche llegó con las Variaciones Goldberg, una de las cumbres del repertorio pianístico. Derzhavina optó por una versión despojada de ornamentaciones innecesarias y centrada en la claridad estructural. Desde el Aria inicial, el clima de recogimiento se impuso con un tempo amplio y una respiración casi vocal. Las variaciones rápidas, aunque densas y a veces rígidas, nunca cedieron al virtuosismo superficial; la Variación 5, de mano cruzada, se resolvió con equilibrio y precisión sin caer en el efectismo, mientras que la número 13 se distinguió por su lirismo y fraseo íntimo.
El clímax emocional llegó en la Variación 25, donde Derzhavina eligió un tempo lento y grave, resaltando la dimensión trágica de la obra y generando una tensión armónica que parecía abrir grietas en el silencio del club. Las quodlibet finales, con su mezcla de ironía y luminosidad, recordaron la convivencia de lo popular y lo sublime en la música de Bach. El retorno del Aria, aún más sobrio que al inicio, cerró la velada como un eco suspendido, dejando a la audiencia con la sensación de haber presenciado algo más que una ejecución brillante: una auténtica meditación sobre el tiempo y la escucha compartida.
Este ciclo de conciertos, que continúa con nuevas fechas en octubre, reafirma el magnetismo de Ekaterina Derzhavina, una intérprete capaz de convertir cada obra en una experiencia transformadora y profunda, desafiando los límites tradicionales de la música clásica y abriéndola a nuevas formas de recepción.