Desde su llegada al fútbol argentino, el VAR (Video Assistant Referee) prometió mayor justicia, pero su aplicación ha desatado debates encendidos en cada fecha. A pesar de que su objetivo principal es asistir al árbitro principal en situaciones clave, la tecnología sigue bajo el ojo crítico de hinchas, jugadores y técnicos, que exigen transparencia y precisión en sus decisiones.
El VAR se diseñó para intervenir solo en cuatro circunstancias específicas: goles dudosos, decisiones de penal, expulsiones directas y confusión de identidad (cuando se sanciona al jugador equivocado). Sin embargo, su implementación no ha estado exenta de polémicas, como ocurrió recientemente en el clásico rosarino, donde un golazo de tiro libre de Ángel Di María debió ser anulado, pero la cabina ubicada en Ezeiza nunca llamó al árbitro Darío Herrera. Contrariamente, una semana antes, el VAR sí anuló correctamente un tanto de Luciano Gómez en un empate entre Independiente Rivadavia y Tigre.
En la Liga Profesional, el VAR opera desde una sala en el predio de la AFA en Ezeiza, con un equipo que incluye al árbitro VAR, dos asistentes (AVAR1 y AVAR2) y un operador de video. En encuentros decisivos puede sumarse un Quality Manager para asegurar el cumplimiento de los protocolos. Los árbitros que están en la cabina suelen rotar funciones y también dirigen en el campo, aunque algunos, como Germán Delfino, Héctor Paletta y Salomé Di Iorio, se dedican exclusivamente al VAR.
El sistema, sin embargo, tiene sus límites técnicos y humanos. Si la conexión de video falla, el partido continúa bajo la autoridad exclusiva del árbitro de campo, como sucedió en un reciente duelo entre Huracán y Argentinos. Además, las sanciones para los árbitros de VAR existen, aunque la AFA no siempre comunica oficialmente estas suspensiones. La Dirección Nacional de Arbitraje, liderada por Federico Beligoy, evalúa el desempeño de los jueces en cada fecha.
El VAR no está presente en todos los torneos argentinos. Su uso se restringe a la Liga Profesional debido a los altos costos (alrededor de 7 mil dólares por partido) y a las exigencias técnicas, como la necesidad de al menos ocho cámaras. Torneos como la Copa Argentina, que se disputa en estadios de infraestructura variada, aún no cuentan con el sistema.
Cada gol es revisado automáticamente por el VAR, aunque no siempre se comunique una decisión al árbitro. Sin embargo, si el juego se reanuda antes de que se detecte una infracción, la jugada ya no puede ser revisada. A diferencia de otros deportes, como el tenis, entrenadores y jugadores no pueden solicitar revisiones: solo el equipo arbitral tiene esa facultad.
Uno de los aspectos más cuestionados es el trazado de líneas para determinar posiciones fuera de juego. En la Argentina, este proceso se realiza manualmente sobre imágenes televisivas, lo que provoca errores mínimos y genera sospechas sobre la precisión y la transparencia del sistema. El offside semiautomático, que requiere sensores y tecnología avanzada instalada en los estadios, aún no se implementó por razones económicas y logísticas.
Las interrupciones provocadas por el VAR en el fútbol argentino duran en promedio 53 segundos, según datos del Torneo Apertura ganado por Platense. En ese torneo se revisaron decenas de jugadas de gol, penales y expulsiones. Desde el Torneo Clausura, los árbitros comunican sus decisiones por altavoz, una medida que busca transparentar el proceso y que ya se había probado en otras competencias internacionales. La demora en su implementación en Argentina se debió a la necesidad de actualizar los sistemas de audio de los estadios de Primera División.
Así, el VAR sigue siendo una herramienta de doble filo: indispensable para corregir errores graves, pero generadora de nuevas discusiones sobre justicia, precisión y transparencia en el fútbol argentino.