En los primeros minutos de Cuerpos de TV: la realidad de The Biggest Loser, una joven mira a cámara y declara sin filtros: “Quiero ir a The Biggest Loser porque parezco una vaca”. Así comienza el relato de una producción documental que, en apenas tres episodios de 40 minutos, se sumerge en el detrás de escena del famoso reality estadounidense centrado en la pérdida de peso extrema. Disponible en Netflix, la serie rápidamente se ubicó entre las más vistas del streaming.
La miniserie repasa el fenómeno que significó The Biggest Loser, emitido por la cadena NBC entre 2004 y 2016 y que llegó a tener 30 versiones internacionales. El impacto cultural del show fue tal que una de sus finales atrajo a más de 10 millones de espectadores, y su atractivo principal era una competencia por un premio de 250 mil dólares. Sin embargo, el documental se detiene en los oscuros mecanismos que convirtieron el programa en un éxito.
El enfoque elegido es clásico pero efectivo: la producción alterna imágenes de archivo de distintas temporadas con testimonios de ex participantes, productores y médicos vinculados al reality. Uno de los productores resume la premisa con una pregunta: “¿Puedes recuperar parte de tu vida que está perdida?”, introduciendo el tono dramático y, por momentos, sensacionalista del programa original.
El documental no tarda en evidenciar el costado más polémico de The Biggest Loser. Más allá del aislamiento de los concursantes, lo que predomina son los entrenamientos extenuantes, las dietas extremas y la presión constante por resultados rápidos, todo en nombre del espectáculo. Los relatos de los protagonistas dan cuenta del sacrificio físico y mental al que fueron sometidos. Uno de los ganadores confiesa que, durante sus últimos días en el show, llegó al pesaje final tras casi diez días de ayuno y consumiendo únicamente jugo de limón y desintoxicantes. “No me importaba mejorar mi salud. Quería ganar”, admite.
La serie pone el foco en dos aspectos principales: el daño que el reality provocó en la salud física y psicológica de los participantes, y la dinámica de víctimas y villanos que alimentó el morbo del público. El entrenador personal Bob Harper, figura clave del programa, es retratado como un protagonista implacable, defensor de la apariencia a cualquier costo y acusado de maltrato hacia los participantes.
Si bien Cuerpos de TV logra exponer los excesos de un formato televisivo que priorizó el show a expensas de la salud, el documental no profundiza en cuestiones de fondo. Apenas menciona, a través de placas informativas, problemáticas como la obesidad en Estados Unidos, los trastornos alimenticios o la cultura de la delgadez que, en la actualidad, se asocia al consumo de medicamentos como el Ozempic. La producción parece detenerse en la indignación moral ante las situaciones traumáticas y humillantes exhibidas, sin avanzar en un análisis más amplio sobre las consecuencias sociales y sanitarias de este tipo de propuestas.
Pese a que no innova en términos de lenguaje documental, la serie resulta ágil, breve y con giros que mantienen el interés a lo largo de sus casi 120 minutos. Los testimonios en primera persona le otorgan veracidad y peso emocional, mientras que la presentación de las prácticas más cuestionables de la producción pone en evidencia hasta qué punto el entretenimiento puede funcionar como una maquinaria despiadada.
En definitiva, Cuerpos de TV: la realidad de The Biggest Loser funciona como una radiografía de la cara menos visible de los realities de competencia y una advertencia sobre los límites difusos entre el entretenimiento y la explotación, aunque deja pendiente una reflexión más profunda sobre los problemas estructurales que alimentan estos fenómenos de masas.