Europa volvió a dejar su huella en la Ryder Cup, la competencia de golf más prestigiosa a nivel mundial, al imponerse por 15 a 13 sobre Estados Unidos en la última edición disputada este fin de semana en el emblemático campo Bethpage Black de Nueva York. Sin embargo, más allá del triunfo, el certamen quedó empañado por los graves episodios de hostilidad y agresión protagonizados por algunos fanáticos locales, que pusieron en el centro de la escena a Rory McIlroy, gran figura del equipo europeo, y a su esposa Erica.
La victoria europea, la novena en las últimas doce ediciones y apenas la quinta conseguida como visitantes desde que el representativo europeo adoptó ese formato en 1979, estuvo marcada por un ambiente caldeado desde el inicio. El equipo dirigido por Luke Donald se preparó para afrontar un clima hostil: el propio capitán distribuyó anteojos de realidad virtual entre sus jugadores para que se acostumbraran al bullicio y la presión ambiental típica de Nueva York. Pero lo que vivieron superó cualquier expectativa.
El viernes, la presencia de Donald Trump en el campo, que fue recibido con entusiasmo por los espectadores, ya anticipaba un marco de efervescencia. A esto se sumó el contexto de fricciones políticas recientes entre la Unión Europea y Estados Unidos, lo que elevó aún más la temperatura del enfrentamiento.
En el desarrollo deportivo, Europa tomó rápidamente una ventaja significativa, cerrando los primeros dos días de competencia con una diferencia de 11,5 a 4,5. Esto aumentó la presión sobre los locales y desencadenó una oleada de insultos y provocaciones, principalmente dirigidas a McIlroy. El norirlandés fue el blanco predilecto de los asistentes estadounidenses, quienes no dudaron en recordarle sus derrotas recientes, burlarse de su estatura y de su origen irlandés, e incluso interrumpir sus golpes con gritos y cánticos ofensivos.
El punto más grave se dio durante un duelo de fourball en el que McIlroy y Shane Lowry derrotaron a Justin Thomas y Cameron Young. Allí, Erica, la esposa de McIlroy, fue impactada por un vaso de cerveza lanzado desde la multitud, en un acto que generó el repudio inmediato del golfista y sus compañeros. Según trascendió, el agresor declaró que su intención era alcanzar al propio Rory. El número dos del mundo no ocultó su indignación y afirmó: «Lo que sucedió acá esta semana es inaceptable». Shane Lowry, testigo directo de los hechos, reveló que los insultos hacia Erica fueron constantes y sorprendentes por su virulencia.
Pese a la presión y las agresiones, McIlroy mostró entereza y mantuvo el foco. En algunas ocasiones, respondió a los provocadores con firmeza, pidiéndoles silencio o enfrentando sus comentarios con ironía. Lowry también se involucró, llegando a increpar a los espectadores tras lograr un putt crucial. Estas reacciones, aunque inusuales para la tradicional etiqueta del golf, reflejaron la tensión vivida durante la competencia.
Al concretarse el triunfo europeo, McIlroy fue categórico en su balance: remarcó que el golf debería estar asociado a valores de respeto y deportividad, y que lo ocurrido esta semana no representa el espíritu del deporte. «El golf tiene la capacidad de unir, de enseñar buenas lecciones de vida y respeto. Eso no se vio siempre en Nueva York», lamentó. También hizo un llamado a los fanáticos europeos para que no repitan estos comportamientos cuando el torneo se dispute en Irlanda en 2027.
El festejo de los europeos tampoco estuvo exento de mensajes políticos. Ursula von der Leyen, presidenta de la Unión Europea, felicitó al equipo resaltando el valor de la unidad europea frente al poder económico. Por su parte, los jugadores y el capitán dedicaron una canción al presidente estadounidense, que rápidamente respondió con un mensaje de felicitación.
Así, la 45ª Ryder Cup quedó marcada no solo por el dominio deportivo europeo, sino también por el debate sobre los límites del fanatismo y la necesidad de preservar los valores que hicieron del golf un deporte ejemplar.