La noche del jueves 11 de abril en el Movistar Arena de Buenos Aires tuvo como protagonista a un verdadero ícono de la música de los ’80: Lionel Richie. A sus 76 años, el cantante estadounidense demostró que su legado sigue vigente y que, lejos de ser solo un recuerdo de épocas pasadas, es capaz de movilizar a varias generaciones con su carisma, sus clásicos y una conexión única con la audiencia argentina.
El artista, célebre por éxitos como All Night Long (All Night) y la balada Hello, abrió el telón con esta última, marcando el inicio de una noche donde la nostalgia y la energía fiestera se entrelazaron desde el primer acorde. El estadio estuvo colmado de fanáticos que sorprendieron al propio Richie, quien confesó no imaginar semejante recepción en nuestro país, pese a haberlo visitado anteriormente en 2016.
Durante el show, Lionel Richie interactuó constantemente con el público, con su humor característico y una calidez que traspasó la barrera generacional. Se tomó el tiempo de dialogar con asistentes de todas las edades, desde niños de apenas seis años hasta adultos mayores que superaban los 80, a quienes hizo subir al escenario o enfocó con las cámaras, generando momentos de genuina cercanía.
Richie hizo gala de su experiencia como showman, alternando baladas emotivas con temas movidos y ritmos caribeños, para mantener la atención de todos. Canciones menos conocidas como Se La o Stuck on you se entremezclaron con infaltables como Easy, donde el público se animó a corear, y por supuesto, con los grandes hits de su etapa solista y de su paso por los Commodores, la banda de soul y funk con la que saltó a la fama.
Uno de los puntos álgidos de la velada llegó con la interpretación de Brick House, el clásico de los Commodores, que Richie fusionó con Fire de the Ohio Players, mientras la puesta en escena se iluminaba con ráfagas de humo y columnas de fuego, acompañadas de efectos visuales en una pantalla LED perfectamente sincronizada. El público, entregado, respondió con el tradicional «¡Olé, olé, olé, Lionel, Lionel!», desconcertando y divirtiendo al cantante, quien aprovechó el momento para bromear y sumarse a la costumbre local, improvisando una versión junto a la banda.
El repertorio continuó con baladas como Truly, Three Times a Lady y, especialmente, Endless Love, el éxito que originalmente compartió con Diana Ross en 1981. El tramo final del concierto fue una verdadera fiesta, con Dancing on the Ceiling –donde el tecladista sorprendió con guiños a Jump de Van Halen–, Say You, Say Me y el himno solidario We Are the World, coescrito junto a Michael Jackson. El estadio se iluminó con las linternas de los celulares, en uno de los momentos más emotivos de la noche.
Ya en los bises, Richie complació a la multitud con el esperado All Night Long. Un instante destacado fue cuando invitó al escenario a una fan que le pidió, mediante un cartel, que escribiera algo en su brazo para tatuarse; el cantante accedió y dejó plasmado un «Hello» junto a sus iniciales, diluyendo por completo la distancia entre artista y público.
Con una voz aún poderosa, una puesta en escena impecable y un repertorio que atravesó décadas, Lionel Richie ofreció un show sólido, vibrante y emotivo, cumpliendo la promesa de una noche inolvidable y recordando que la música, cuando es genuina, no conoce de modas ni de tiempo. La velada culminó como debía: con todos bailando y coreando «Party, karamu, fiesta, forever», en una celebración que quedará grabada en la memoria del público argentino.