En pleno auge de las denuncias que sacudieron a Hollywood por casos de abuso sexual, una historia sobresalió por su audacia y justicia poética. Fue la de Carrie Fisher, la icónica actriz detrás de la Princesa Leia en ‘Star Wars’, quien demostró que su espíritu combativo no solo existía en la pantalla. Décadas antes de que el movimiento #MeToo se convirtiera en un fenómeno global, Fisher ya luchaba su propia batalla contra los poderosos que abusaban de su posición en la industria del entretenimiento.
La historia salió a la luz en octubre de 2017, cuando la guionista y productora Heather Ross, reconocida con un Emmy, reveló en el programa radial ‘The Mix Morning’ de una emisora de Arizona un incidente que había decidido mantener en secreto durante casi veinte años. Ross relató cómo, en el año 2000, un influyente ejecutivo de Sony Studios —cuyo nombre aún permanece en el anonimato— la contactó con la excusa de una reunión de trabajo. Lo que comenzó como una cena profesional terminó en una agresión sexual dentro del automóvil del productor, un episodio que dejó a Ross devastada y temerosa por su futuro profesional en un medio donde hablar podía significar el fin de una carrera.
Sin embargo, Ross tenía una aliada inesperada: su amiga Carrie Fisher. Fisher, reconocida tanto por su talento como por su carácter indomable, decidió actuar de una manera tan ingeniosa como contundente. Dos semanas después del incidente, la actriz se presentó en las oficinas de Sony Studios, sabiendo que el productor estaría allí. Personalmente, le entregó al hombre una elegante caja de la joyería Tiffany, envuelta con un lazo blanco.
La sorpresa para el ejecutivo vino cuando, al abrir la caja, encontró una lengua de vaca proveniente de un famoso deli de Los Ángeles. Junto al insólito «regalo», una nota le advertía: «Si alguna vez tocas a mi querida Heather o a cualquier otra mujer otra vez, la próxima entrega será algo tuyo en una caja mucho más pequeña». El mensaje era tan claro como intimidante, y la creatividad de Fisher logró impactar psicológicamente al agresor, combinando humor negro, elegancia y una amenaza imposible de ignorar.
El gesto de Fisher trascendió lo anecdótico y se convirtió en un acto de resistencia en una época donde las víctimas de abuso solían enfrentar un muro de silencio y complicidad institucional. Ross lo resumió años después: ‘Así era ella… defendía a las personas’. Fisher, que había combatido sus propios demonios, se negó a ser cómplice del silencio y utilizó su influencia para proteger a quienes lo necesitaban, mucho antes de que la sociedad estuviera dispuesta a escuchar y respaldar a las víctimas.
Tras la muerte de Fisher en diciembre de 2016, su historia cobró nueva relevancia cuando, en pleno escándalo Weinstein, la anécdota de la lengua de vaca se viralizó en redes sociales. Simbolizó la valentía de quienes, en soledad, enfrentaron a los abusadores y marcaron el camino para la ola de denuncias que cambiaría la historia de Hollywood. Para muchos, Fisher fue una pionera, una rebelde galáctica cuya lucha personal anticipó el espíritu del #MeToo.
Hasta hoy, la identidad del productor permanece en secreto, pero la lección de Fisher seguramente persiste en su memoria: nunca subestimes el poder de una mujer decidida a proteger a las suyas. En una industria plagada de impunidad, Fisher demostró que la justicia puede llegar en las formas más inesperadas y que, a veces, la Fuerza también puede ser un acto de sororidad y coraje fuera de la ficción.