Este 7 de septiembre, Sonny Rollins, considerado una de las figuras más influyentes y respetadas del jazz mundial, cumple 95 años. Su historia es la de un músico que no solo moldeó el jazz contemporáneo, sino que también atravesó desafíos personales y transformaciones musicales profundas, consolidándose como el último gran representante de la época dorada del género.
Nacido en 1930 en el barrio neoyorquino de Harlem, Rollins creció rodeado de música y talento. Sus padres, oriundos de las Islas Vírgenes, fomentaron su educación musical, y su entorno fue cuna de futuros referentes del jazz como Jackie McLean, Art Taylor y Kenny Drew. Desde joven, Rollins mostró una destreza inusual: a los 18 años ya era profesional y Bud Powell lo invitó a grabar en el disco “Amazing Bud Powell”.
La década de 1950 fue especialmente vertiginosa para Rollins. Su reputación creció rápidamente, al punto de ser elogiado por colegas como Charlie Parker y Miles Davis, quienes lo reconocían como uno de los saxofonistas más innovadores de la escena, capaz de tocar al nivel de los mejores. Davis, de hecho, relató en su autobiografía cómo Rollins llegó a «aterrorizar» a John Coltrane en una memorable actuación conjunta.
Sus colaboraciones con gigantes como Miles Davis, Thelonious Monk y Clifford Brown quedaron registradas en más de 30 discos solo en esa década, destacándose álbumes icónicos como Saxophone Colossus, Tenor Madness (con Coltrane) y The Bridge, que marcó su regreso tras un retiro voluntario de la escena musical. Rollins también inmortalizó sus raíces caribeñas en composiciones como «St. Thomas» y «Don’t Stop The Carnival».
Sin embargo, la vida de Rollins no estuvo exenta de sombras. A principios de los años 50, enfrentó problemas legales y una adicción a la heroína que lo llevó a la cárcel y luego a someterse, de manera pionera, a un tratamiento con metadona. Superar esa etapa fue fundamental para su crecimiento personal y artístico. En 1959, sintiéndose estancado y autocrítico con su música, decidió retirarse temporalmente. Su lugar de refugio fue el puente de Williamsburg, en Nueva York, donde practicaba durante horas, alejándose de la vida pública pero no de su pasión por el saxofón. Ese periodo inspiró el emblemático disco The Bridge, lanzado en 1961.
Rollins siempre se caracterizó por su búsqueda de renovación. Viajó a la India y Jamaica, exploró el yoga y las religiones orientales, y experimentó con nuevos sonidos, incorporando elementos del funk y R&B, así como guitarras y bajos eléctricos en su música. Incluso se animó a presentaciones en solitario, una rareza en el jazz, y grabó The Solo Album en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Su influencia trascendió el jazz: participó en el disco «Tattoo You» de los Rolling Stones y fue homenajeado por la ciudad de Nueva York, que instauró el 13 de noviembre como el Día Sonny Rollins. A fines de los 90, su prestigio era tal que llegó a cobrar cifras inéditas para el género y obtuvo el Grammy al Mejor Álbum de Jazz Instrumental en 2001 por This Is What I Do. En 2011, el presidente Barack Obama lo distinguió con la Medalla de las Artes.
Desde 2012, Rollins debió abandonar los escenarios por problemas respiratorios y en 2014 anunció su retiro. Vive actualmente en Woodstock, Nueva York, y a lo largo de su carrera lanzó más de cien trabajos, incluyendo su más reciente publicación en 2024: Freedom Weaver: The 1959 European Tour Recordings, que recupera grabaciones históricas de una de sus giras más recordadas.
Con humildad, Rollins reconoce el peso de representar a toda una generación de músicos ya desaparecidos y afirma que, más allá de la música, su propósito es ser plenamente humano. A los 95 años, su historia sigue inspirando y su legado permanece como una de las piedras angulares del jazz mundial.


