El Teatro Colón fue testigo de una noche excepcional en la séptima función del ciclo Mozarteum Argentino 2025. El escenario fue ocupado por los Salzburg Chamber Soloists, bajo la dirección del violinista Lavard Skou-Larsen, junto al Constanze Quartet, en una velada dedicada íntegramente a la música para cuerdas. El repertorio, cuidadosamente seleccionado, invitó a recorrer más de un siglo de historia musical, desde ecos barrocos hasta la modernidad más inquietante.
La apertura estuvo a cargo del Concerto grosso de Vittorio Giannini, una obra de 1946 que retoma la estructura barroca de contraste entre un grupo de solistas y una orquesta completa, pero reinterpretada bajo el prisma neoclásico. La pieza, lejos de ser un ejercicio de nostalgia, explora la búsqueda de armonía en el caos de la posguerra. La interpretación del ensamble estuvo marcada por una disciplina coral y una articulación nítida, logrando un equilibrio entre riesgo y precisión que cautivó desde el primer compás.
El siguiente paso en el programa fue el Quartettsatz de Franz Schubert, el movimiento solitario de un cuarteto inconcluso que condensa la tensión romántica entre impulso emocional y estructura formal. Skou-Larsen, con su estilo contenido y sobrio, propuso una lectura introspectiva, realzando la atmósfera trágica y la profundidad lírica de la obra.
Sin pausa, la noche prosiguió con la Introducción y Allegro, op. 47 de Edward Elgar. Inspirada también en la tradición del concerto grosso, la pieza inglesa se distingue por su enfoque romántico y su búsqueda de diálogo entre cuarteto y orquesta de cuerdas. El resultado fue una interacción camerística expandida, donde el cuarteto emergía y se reintegraba en el tejido orquestal, generando una dinámica de voces entrelazadas que mantuvo la atención del público.
En la segunda parte del concierto llegó uno de los momentos más esperados: el Divertimento de Béla Bartók. Compuesta en 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la obra está marcada por la urgencia histórica y la tensión latente. Bartók transforma la forma clásica en un espacio de confrontación, alternando secciones vivaces, sombrías y frenéticas, en las que la precisión formal convive con una energía desbordante. El movimiento central, Molto adagio, escrito poco antes del exilio del compositor húngaro, sobresale como un lamento coral de gran intensidad y dramatismo, en el que las cuerdas exploran la frontera entre la tonalidad y la atonalidad, entre lo popular y la abstracción.
La interpretación de los Salzburg Chamber Soloists y el Constanze Quartet se distinguió por una energía vibrante y una musicalidad colectiva que renovó el sentido de la cuerda frotada. Lejos de buscar la espectacularidad del volumen, el ensamble apostó por la precisión y el delicado equilibrio sonoro, demostrando que la verdadera fuerza de la música de cámara reside en el arte de escuchar y responder, en la convivencia de voces individuales que sostienen el todo sin perder su identidad.
La ovación del público coronó la velada, que se cerró con dos bises: el Presto del Divertimento K.136 de Mozart y la Melodía en la menor de Astor Piazzolla, dos piezas que funcionaron como broche de oro para una noche inolvidable en el Colón.
La propuesta del Mozarteum Argentino, con la dirección de Skou-Larsen y la conjunción de estos dos notables conjuntos, reafirma la vigencia de la música de cámara como modelo de convivencia y resistencia artística. Cada obra del programa fue una invitación a pensar lo colectivo y a disfrutar de la belleza irrepetible del arte en vivo.


