En la historia de la televisión argentina, pocos nombres resuenan con la fuerza de Pepe Biondi. A medio siglo de su fallecimiento, el legado del cómico sigue siendo un símbolo del humor familiar que marcó a varias generaciones, aunque su figura permanezca más en el recuerdo entrañable que en el panteón de leyendas.
Nacido el 4 de septiembre de 1909 en Remedios de Escalada, José «Pepe» Biondi fue el tercer hijo de una familia de inmigrantes napolitanos. Su infancia estuvo marcada por la adversidad: creció en condiciones humildes, sufrió malos tratos y conoció el rigor del circo desde los siete años, donde fue aprendiz de acróbata y soportó el maltrato físico del temido Payaso Chocolate. Antes de hacerse un nombre, fue lustrabotas y vendedor de diarios en Constitución. «Tuve una infancia de Lassie: de perra. No me trataban bien», recordaba Biondi, aunque prefería no profundizar en su pasado.
El circo, sin embargo, fue su escuela. Allí conoció a Dick —Bernardo Zalman Ber Dvorkin—, un ruso exiliado que sería su compañero durante más de dos décadas. Juntos recorrieron escenarios de Venezuela, México y Cuba, donde cosecharon fama y admiración. Incluso figuras como Cantinflas y María Félix se contaron entre su público en México, donde el dúo brillaba en horario central. En 1954, tras separarse de Dick, Biondi fue convocado por Goar Mestre, pionero de la televisión latinoamericana, quien le ofreció la oportunidad de liderar su propio programa.
El salto definitivo llegó con la televisión argentina. El 7 de abril de 1961, Biondi debutó en Canal 13 con «Viendo a Biondi», un ciclo que se transformó en fenómeno de masas. El programa alcanzó cifras de rating asombrosas para la época: en 1962, llegó a marcar picos de 62,2 puntos, un nivel inalcanzable en la actualidad. Por el set desfilaron personajes entrañables como Pepe Galleta, Pepe Curdeles, Pepe Canario y Narciso Bello, y compartieron cartel actores como Pepe Díaz Lastra (futuro yerno de Biondi), Mario Fortuna, María Esther Corán y una joven Luisina Brando.
El secreto de Biondi residía en su «humor blanco»: un humor familiar, respetuoso, sin cinismo ni ironía, que evitaba temas polémicos y buscaba la complicidad de todos los públicos. Era el gag inocente, el latiguillo inofensivo, la risa compartida por niños y adultos. Sus frases «¡Patapúfete!» y «¡Qué suerte pa’la desgracia!» se convirtieron en clásicos. Este estilo, que tenía puntos de contacto con Carlitos Balá, Juan Carlos Altavista y José Marrone, dominó la televisión inaugural argentina y delineó los arquetipos del humor nacional.
Sin embargo, el paso del tiempo impuso nuevos desafíos al género. Como señala Pedro Saborido, creador junto a Diego Capusotto de otro hito humorístico, el humor cambió de forma y de fondo: los chistes de suegras o de minorías, habituales en los años sesenta, hoy serían impensables. La sociedad se volvió más crítica, y la gracia se multiplicó en memes y videos virales, democratizando la risa y diversificando los estilos: humor absurdo, negro, satírico, ácido, grotesco. En palabras de Capusotto: «El humor es molestar a propios y ajenos», desafiando los límites de lo socialmente aceptado y reivindicando la libertad de expresión.
Para Biondi, los chicos eran quienes le devolvían la alegría de vivir, un sentimiento que confesó en una entrevista con el diario La Razón: «Nadie que no la haya vivido se imagina lo que es la soledad de un niño… Los chicos son los únicos que me devuelven la alegría de vivir». Esta sensibilidad marcó su obra y su relación con el público.
La última aparición televisiva de Biondi fue en 1973, en el especial «Biondimanía». Aquejado por problemas de salud —nueve operaciones, dos infartos y tres hemorragias—, se despidió de la pantalla con un homenaje perfecto. Murió el 4 de octubre de 1975, dejando instrucciones precisas para su entierro: nada de mausoleos ni ostentaciones, solo una cruz de madera y la tierra como último refugio. Su última broma, la más amarga, fue el pedido de no ser enterrado en el panteón de actores: «Si es verdad que hay otra vida y me veo en un mausoleo, me vuelvo a morir».
Pepe Biondi reinventó el humor argentino y, aunque los tiempos hayan cambiado, su risa aún resuena en la memoria colectiva. Fue el artesano de un humor entrañable, capaz de reunir a la familia frente al televisor y de recordarnos, medio siglo después, el valor de la inocencia y la alegría compartida.


