Una noche en el Teatro Colón puede ser mucho más que una función de ópera: puede transformarse en un escenario de encuentros inesperados, confesiones valientes y reflexiones profundas. Así lo vivieron el músico Fito Páez y la filósofa Esther Díaz, quienes coincidieron en un palco durante el estreno de «Salomé», la ópera de Richard Strauss con la dirección escénica de Bárbara Lluch.
El cruce entre ambos no fue casualidad. Fito Páez, admirador de las columnas que Díaz publicó en el suplemento Las12 de Página12, confesó que deseaba conocerla hace tiempo. La velada arrancó con bromas sobre quién pertenecía más al tradicional teatro, símbolo de la cultura porteña y sus barreras simbólicas. «Al final, es solo mármol y madera», reflexionó Páez, relativizando la solemnidad del lugar.
Fito recordó su propia historia con el Colón, especialmente su presentación en 1996 con la Camerata Bariloche, y los homenajes posteriores a figuras como Gerardo Gandini y Charly García. Esther, por su parte, evocó la época en que los conciertos de rock comenzaron a irrumpir en la programación del Colón y cómo, en aquellas jornadas, el teatro se transformaba, mezclando públicos y desafiando jerarquías sociales.
La charla derivó en la música de Strauss y su vínculo con las corrientes modernas que abandonan la armonía clásica. Fito compartió que está escribiendo un ensayo titulado «La música en tiempos de demencia masiva», en el que reivindica el arte como resistencia y humanismo. «La música es un arma contra todos los males de este mundo», sostuvo el músico, quien ya presentó adelantos de la obra en universidades de renombre.
Antes de que la orquesta diera inicio a la función, Díaz narró cómo su primer contacto con el Colón fue a través de la literatura, específicamente en «Fausto Criollo» de Estanislao del Campo. Tanto ella como Páez quedaron fascinados por la puesta y el desempeño de la orquesta bajo la dirección de Philippe Auguin. «Me sale una palabra nietzscheana: voluntad de poder. Los que actúan demuestran una potencia extraordinaria», observó la filósofa, aunque también señaló la persistencia de estereotipos de género en la historia y la trama de la obra.
Al finalizar la función, la conversación continuó fuera del teatro, en el clásico restaurante Edelweiss. Díaz compartió detalles de su historia personal: proveniente de una familia iletrada, comenzó a estudiar filosofía a los 26 años, ya madre y peluquera, desafiando los mandatos de género y las limitaciones de su entorno. «Me construí como intelectual a contramano del destino que parecía esperarme», reconoció.
Durante la charla, Díaz abordó sin prejuicios temas como el deseo femenino, la sexualidad y la vejez, tópicos que han atravesado su obra y sus memorias. Reconoció que su despertar sexual fue tardío y condicionado por la culpa y los mandatos religiosos. Solo a los 40 años, relató, comenzó a disfrutar plenamente de su sexualidad. «Escribo sobre sexo, deseo y filosofía porque son partes esenciales de la vida», afirmó, mencionando su reciente libro «Una filosofía de la vejez», donde el erotismo tiene un lugar central.
Díaz también habló sobre su experiencia con el abuso en la infancia, una historia que durante décadas no pudo nombrar como tal. «No sabía lo que era un abuso», confesó, relatando cómo la familia del abusador fue cómplice del silencio. Hoy, asegura que compartir su historia y reflexionar sobre el deseo y el cuerpo tiene un efecto liberador, tanto para ella como para otras mujeres que la leen y se animan a vivir su deseo sin culpa.
La velada en el Colón, entonces, fue mucho más que una noche de ópera. Fue la excusa para que dos referentes de la cultura argentina, desde sus respectivas trincheras, dialogaran sobre música, arte, poder, deseo y libertad. Un testimonio de cómo los grandes escenarios también pueden ser espacios de ruptura y emancipación.


