En el corazón de la ciudad, Furcio atraviesa su peor momento personal tras la separación de su esposa. Sin un lugar donde dormir, el hombre se ve obligado a enfrentar un pasado marcado por las burlas que ha sufrido debido a su particular apellido, sinónimo de error involuntario en el habla. Desde la adolescencia, su nombre se convirtió en un estigma, objeto de bromas y de teorías urbanas sobre los lapsus y la verdad oculta en los errores del lenguaje.
Furcio nunca creyó en esa idea de que los errores al hablar revelan lo inconsciente. Para él, los fallos en la expresión eran simples equivocaciones humanas, naturales y corregibles. Sin embargo, el peso de su apellido lo acompañó siempre, incluso en los recuerdos de su infancia.
Uno de esos recuerdos lo transporta a los veranos de su niñez en un club de Luján, cerca del río. Allí, un año en particular, aparece Nadia Amaya, una niña nueva en el grupo, de cabello oscuro y atado en dos colitas. Furcio queda inmediatamente prendado de ella. En su afán por llamar la atención de Nadia, realiza gestos de valentía y ternura: desde juntar moras hasta encender un fuego prohibido, y hasta realizar proezas bajo el agua solo para impresionarla.
La historia toma un giro inesperado una noche en la casa del árbol del club, un refugio de madera construido por generaciones de niños. Nadia accede a conversar a solas con Furcio, pero le revela un secreto insólito: asegura tener cincuenta años, producto de un hechizo lanzado por un chamán hindú al que fue prometida en matrimonio en la infancia. Al negarse a casarse, el chamán la condenó a vivir eternamente en el cuerpo y la edad de una niña de once años, salvo que un chico de esa edad se enamorara sinceramente de ella.
Furcio, desconcertado por la confesión, no insiste en ser su novio y guarda el secreto. El verano sigue su curso, y aunque el joven sigue fascinado por Nadia, la relación entre ambos permanece en los límites de una tímida amistad. Al finalizar la estación, Nadia desaparece sin dejar rastro, tal como lo hacen las mariposas o los duraznos al terminar el verano.
Muchos años después, ya adulto y afligido por su situación actual, Furcio siente una extraña necesidad de regresar a Luján. Camina sin descanso hasta el antiguo club, y, pese al cansancio y las dificultades de la edad, escala la casa del árbol para pasar la noche. El refugio le brinda un descanso precario, pero le permite reconectar con esa parte olvidada de su vida.
La mañana siguiente lo enfrenta a la indiferencia y la burla de dos jóvenes, que lo ven como un extraño desubicado. Sin embargo, Furcio sigue adelante, cumple con su trabajo y busca respuestas en el fluir del río, preguntándose hacia dónde lo llevará el destino.
En la que decide será su última noche en la cabaña, ocurre lo inesperado: Nadia reaparece, ahora con la apariencia de una mujer adulta, acorde a la edad que había confesado décadas atrás. La magia del hechizo se ha roto. Nadia y Furcio comparten una intimidad nueva, sin las restricciones del pasado ni los límites de la fantasía.
La experiencia deja a Furcio con la certeza de que la verdad es siempre escurridiza y que, a veces, la vida ofrece segundas oportunidades para cerrar viejas historias y descubrir nuevos significados en los errores y en los amores perdidos.


