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    El jingle argentino: de Marolio y Saphirus a los hits del rock, la melodía que nunca se va

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    Desde los clásicos comerciales de los años ‘80 hasta el renacer digital actual, la publicidad argentina tiene un protagonista ineludible: el jingle. Lejos de ser solo una melodía pegadiza que acompaña a los productos, se ha transformado en una parte esencial de la memoria colectiva y la cultura popular, tal como demuestran los casos recientes de Marolio y Saphirus.

    La historia de los jingles nacionales se remonta a 1928, cuando el compositor Rodolfo Sciammarella ideó rimas para vender jabón Federal, con la voz inconfundible de una joven Libertad Lamarque. Aquella milonga marcó el inicio de una tradición que se consolidó con los años, al punto de que muchos argentinos pueden recordar de memoria letras de publicidades que escucharon en la infancia.

    Hoy, en pleno siglo XXI, la magia de los jingles sigue vigente y hasta se potencia en las redes sociales. Un ejemplo es el jingle de Marolio, cuya pegadiza melodía y listado de productos se viralizó en 2017, a pesar de haber sido grabado en 2001. Andrea Báez, la voz detrás de este himno publicitario, cuenta que la pieza se realizó en una sola toma y que, tras años de idas y vueltas al aire, encontró en la era digital su máximo esplendor. «La gente me reconoce más por Marolio que por haber cantado en el Luna Park con Ciro y los Persas», admite Báez, quien destaca la particularidad de que el éxito del jingle reside tanto en la modulación de la melodía como en la familiaridad de su voz.

    Otro caso emblemático es el de Saphirus. Natalia Lanza Castelli, cantante y corista de La Beriso, es responsable de muchas de las melodías de la marca. Su trabajo es tan omnipresente que asegura: «Me han presentado en recitales como la cantante de Saphirus». Lanza Castelli, que también ha colaborado con artistas como Cristian Castro y Ricardo Montaner, advierte que el oficio de jinglero enfrenta hoy el desafío de la inteligencia artificial, que ya empieza a generar melodías publicitarias de forma automática.

    Detrás de cada jingle exitoso suele haber un equipo creativo. Diego Rodríguez, músico y locutor, es el autor de la canción de Saphirus. A pedido de una marca emergente, compuso una melodía sencilla y pegadiza, con el objetivo de lograr que en pocos segundos quedara grabada en la mente del público. También aparece en la historia Max Devrient, productor con más de 300 bandas sonoras publicitarias, quien resalta el valor del jingle como herramienta de bajo costo y gran recordación, accesible tanto para pequeñas pymes como para grandes empresas.

    La publicidad argentina ha sabido nutrirse de músicos de renombre. Desde la participación de Adrián Otero en Solo Deportes hasta músicos como Rubén Goldín o Claudia Brant, que prestaron su voz a hits como el de Tubby 3 y Tubby 4. Este cruce entre la música popular y la publicidad es una constante: canciones como «Me siento bien» de Fontova para Hepatalgina o covers de Chico Novarro para la Bananita Dolca son ejemplos de cómo los jingles se fusionan con géneros que van del jazz a la cumbia, pasando por el pop y el rock.

    El fenómeno, lejos de apagarse, vive un revival gracias al streaming y la viralización. Programas como Gelatina y su “Fábrica de jingles” siguen demostrando que las melodías publicitarias pueden instalarse en el inconsciente colectivo y mantenerse vigentes por décadas. La clave, según los especialistas, está en lograr una combinación irresistible de humor, brevedad y adaptación a los nuevos formatos digitales.

    Raúl Manrupe, historiador de la publicidad, recuerda cómo en los ‘80 las tandas eran verdaderos combates creativos en un contexto de pocos canales y mucha competencia. Entonces, los comerciales duraban más y las canciones tenían tiempo para desarrollarse y quedar grabadas a fuego. Hoy, la inmediatez manda y las plataformas digitales han reducido la extensión, pero el objetivo sigue siendo el mismo: lograr ese hit breve e inolvidable que todos cantan aunque no recuerden la cara de quien lo interpreta.

    Así, mientras algunos jingles como el de Marolio llegan hasta escenarios de rock y otros como el de Saphirus se cuelan en rankings radiales, la industria publicitaria argentina demuestra que, aunque cambien los formatos y surjan nuevos desafíos, la melodía perfecta siempre encuentra su lugar en la memoria.

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