Durante décadas, la imagen pública de Ringo Starr fue la de un integrante afable y bonachón dentro de los Beatles, muchas veces eclipsado por las personalidades fuertes de John Lennon, Paul McCartney y George Harrison. Sin embargo, en agosto de 1968, Ringo sorprendió a todos cuando decidió alejarse de la banda, dejando a los Beatles sin baterista durante dos semanas cruciales en la grabación del legendario ‘Álbum Blanco’.
Este episodio, poco conocido para los millones de fanáticos del grupo, fue una de las primeras grietas visibles en la fachada de unidad de los Beatles, anticipando la ruptura definitiva que llegaría dos años después. Todo comenzó el 22 de agosto de ese año, en pleno trabajo de estudio en Abbey Road, donde la tensión entre los integrantes era perceptible para quienes estaban tras bambalinas. El ingeniero Peter Vince recordaba que, en esas sesiones, a menudo pedían a los técnicos que se retiraran, dejando claro que las discusiones internas iban en aumento y se querían evitar testigos.
La gota que rebalsó el vaso llegó durante la grabación de “Back in the USSR”. McCartney, conocido por su perfeccionismo, se sentó en la banqueta de la batería para mostrarle a Ringo cómo quería que sonara la canción, criticando cada detalle. Cansado de la situación y sintiéndose desvalorizado, Ringo tomó sus baquetas y se marchó, prometiendo no regresar. Ni siquiera se quedó en el país: puso rumbo a Cerdeña, donde se refugió en el yate de su amigo, el actor Peter Sellers.
Mientras tanto, la banda siguió adelante. McCartney se encargó de la batería en “Back in the USSR” y “Dear Prudence”, pero pronto tanto Lennon como Harrison y el propio Paul sintieron la ausencia de Starr. La fractura era evidente: cada uno sospechaba que los demás formaban un núcleo más sólido y que él mismo era el marginado. Ringo, años después, confesó que su decisión se debió a que sentía que no estaba tocando bien y que sus compañeros eran felices sin él. Paradójicamente, tanto Lennon como McCartney admitieron que también pensaban que eran los otros tres quienes estaban más unidos.
El ambiente en Abbey Road era tenso. El productor George Martin describió la situación como la de una pareja que discute en una fiesta: todos los presentes sienten el clima enrarecido y nadie sabe si su presencia agrava las cosas. Starr, posiblemente más vulnerable que el resto, se preguntaba si era él el causante del malestar general.
En su exilio en Cerdeña, lejos de las presiones del grupo, Ringo halló inspiración inesperada. Conversando con Sellers, escuchó una curiosa anécdota sobre los pulpos, que coleccionan objetos brillantes para decorar sus guaridas submarinas. Esa imagen lo cautivó y, guitarra en mano, compuso lo que luego sería el entrañable «Octopus’s Garden».
Mientras Ringo navegaba por el Mediterráneo, los Beatles reconocieron que necesitaban a su baterista. Le enviaron un telegrama rogándole que regresara, asegurándole que lo consideraban el mejor baterista de rock and roll del mundo y que lo extrañaban profundamente. Finalmente, Starr aceptó volver el 4 de septiembre, justo a tiempo para grabar los videoclips promocionales de «Hey Jude» y «Revolution». Al llegar al estudio, se encontró con su batería decorada con flores y un mensaje de bienvenida: “Welcome back, Ringo”.
La breve salida de Starr no sólo dejó en evidencia los conflictos internos del grupo, sino que también demostró el valor insustituible de cada uno de sus miembros. Como él mismo recordó en el documental Anthology, tras el reencuentro, los Beatles volvieron a sentirse una banda, aunque la armonía ya nunca sería completa. Aquellas dos semanas de 1968 marcaron el principio del fin, pero también el poder de la reconciliación en una de las agrupaciones más influyentes de la historia de la música.

 
                                    
