Una noticia inesperada y devastadora sacude la aparente calma de dos hogares británicos: el niño que han criado durante tres años no lleva el ADN de sus padres. Así comienza Dos familias, la miniserie británica que ya está disponible en Disney+, atrapando al espectador desde el primer minuto con un planteo tan inquietante como actual.
Basada en la novela Playing Nice de J.P. Delaney, la serie se compone de cuatro episodios llenos de ritmo y sobresaltos. La dirección de Kate Hewitt y la producción del reconocido actor James Norton (también protagonista) logran que el relato se desarrolle en un clima de tensión psicológica constante, mientras el magnífico paisaje de Cornualles enmarca una historia cargada de dilemas morales y secretos familiares.
La trama se centra en el encuentro forzoso de dos parejas: Pete y Maddie Riley (interpretados por James Norton y Niamh Algar), quienes llevan una vida sencilla y luchan para llegar a fin de mes, y Lucy y Miles Lambert (Jessica Brown Findlay y James McArdle), una familia que, aunque parece más acomodada, esconde su propia cuota de oscuridad. El punto de partida es el desconcertante intercambio de bebés prematuros ocurrido en el hospital donde nacieron sus hijos. Un análisis de ADN confirma lo impensable: cada pareja ha estado criando al hijo biológico de la otra.
La serie invita al espectador a preguntarse qué haría en su lugar: ¿es posible romper el lazo afectivo construido durante años para devolver a los niños a sus padres biológicos? ¿O lo más sensato es dejar todo como está? ¿Existen soluciones intermedias, como fomentar el vínculo con los hijos de sangre sin cambiar radicalmente sus vidas, o incluso formar una nueva familia ampliada?
Sin embargo, Dos familias va mucho más allá del dilema original. Pronto, la narrativa se adentra en terrenos más sombríos: aparecen sospechas sobre la naturaleza del intercambio, dudas respecto a la integridad de algunos personajes y tensiones que rozan lo policial y lo psicológico. Uno de los protagonistas despierta inquietud con una personalidad que roza la psicopatía, llevando la historia hacia el thriller y alejándola del mero drama familiar.
El guion no duda en sacar a la luz temas complejos: la culpa que sienten los padres, la dificultad para renunciar a la genética, la depresión posparto, las frustraciones cotidianas y hasta la aceptación de la discapacidad de un hijo. También se exploran las fallas y límites del sistema legal británico, que debe intervenir en un caso para el que no existen respuestas fáciles ni precedentes claros.
Las actuaciones logran que el espectador empatice rápidamente, especialmente con una de las parejas, y la serie juega con esa identificación para mantener el suspenso. A medida que se suceden los giros, la credibilidad de los personajes es puesta en duda, y el relato se enreda en una red de mentiras y traiciones que, por momentos, acerca la serie al melodrama.
Visualmente, Dos familias se apoya en los paisajes naturales del sudoeste de Inglaterra, contraponiendo la belleza del entorno con la angustia y el desconcierto de los protagonistas. Si bien la serie roza varios temas profundos sin llegar a explorarlos en totalidad, su magnetismo reside en la capacidad de poner al espectador ante preguntas incómodas sobre la familia, la maternidad, el matrimonio y la identidad.
En apenas cuatro episodios, Dos familias es capaz de mantenernos atrapados, debatir los límites del amor parental y los lazos de sangre, y dejar planteadas preguntas que persisten mucho después del último capítulo. Una propuesta ideal para quienes buscan thrillers psicológicos con dilemas éticos y emocionales, en el contexto de una producción británica de calidad.


